HAY
UN CIRCUITO de visiones polares en un gran complejo privado de la
metrópolis. Los burgueses creen haber visto accesos a tierras heladas en el
hueco de algún ascensor, en cavernas repentinamente abiertas en la pared o en
el fondo de las piscinas climatizadas. Algunos niños han sufrido síntomas de hipotermia
al intentar explorar la alucinación colectiva.
Más
tarde, personas ajenas a la instalación han corroborado que no hay nada anormal
detrás de esas paredes –sólo una pretenciosa arquitectura futurista con la que
los visitantes alucinan y los paisanos se sienten insultados. Tampoco hay hielo
en las venas de los niños.
La
telepatía no existe. ¿Acaso los miembros de la burguesía comparten su vida
privada con tal ímpetu que hasta las alucinaciones se vuelven objeto de
participación colectiva? ¿Acaso la vida privada se ha potenciado de tal forma
que ya no es posible controlar lo que se comparte?
El
presente texto forma parte de un conjunto de borradores inéditos escritos
originalmente entre Febrero y Abril de 2011, agrupados bajo la etiqueta
«Pequeña poesía pública».
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