Я:
¡FUERA,
fuera, fuera! Desalojan los sótanos hasta la mínima expresión del amparo, a
punta de rifle con los civiles, a ración de metralla con las serpientes, las
ratas, las palomas.
¡Fuera,
fuera, fuera!
Quede
limpio el teatro.
Hace
tan sólo unas horas, madrugaba la capital con sus céntricos pisos en llamas,
mezclados los huesos y los objetos del bureau en una misma lluvia tóxica. Y los
insectos…
Los
insectos no reaparecen hasta el mediodía, al descubrir jugo en los labios
blancos –porque en cualquier esquina es fácil hallar una pila de labios y yemas
y párpados blancos.
¡Fuera,
fuera, fuera! Ningún techo aquí es apto para el cobijo,
ninguna
plaza hábil para reunirse.
Un
comité militar asignará a cada familia el enclave adecuado. Mucha gente de este
sótano quedará repartida entre
Bosnios A,
Bosnios B y
Bosnios C.
Otros,
tendrán que caminar más para llegar a
Tártaros A,
Tártaros B o
Tártaros C.
Yiddish A y B
quedan
más al norte, mientras que
Yiddish C
permanece
incomunicado en el lado opuesto de la ribera. Humos de un malherido suburbio
velan los cerros de
Romaníes A y B,
donde
los refugiados se exprimen en prieta colectividad con tal de obtener contra
Diciembre una brizna de tibieza.
Y,
así, arrancadas de su último fogón, caminan estas pavesas con cuerpo humano y
pecho de reptil rumbo a la diáspora. Un puente de estructuras retorcidas
alberga comitivas periódicas, dejando tras de sí un buen puñado de pisadas
afiladas, como de insecto. Puede que estos patriotas de otra parte, los de la
eterna ballesta en el ojo, hayan logrado por fin reorganizar las etnias del
modo más eficiente, porque un pueblo que da buena leche no tiene buena lana que
ofrecer…
…y
un pueblo que da lana pocas agallas tendrá para gestionar su siderurgia…
…será
una cuestión genética, ¿…no?
Adiós,
ciudad; adiós, apartamento; adiós, ascuas. Adiós también al gris afluente del
Adriático y a los automóviles antiguos que los asnos lamen sin cesar.
En
un campo de plástico te reunirás con extraños que, sin embargo, tienen tu misma
sangre y tu mismo color de pelo. Según los insectos que, ya al mediodía
hurgaban en los cuerpos tendidos, los labios blancos deben apilarse en el
montón blanco y los morados en la pila morada. Parece que, al final, estos
pequeños burócratas se hallan en lo cierto y el mundo acaba por adoptar su
minúscula y longeva escala.