#1:
Cheb
ÉL
PENSABA
despojar su nombre
del
distintivo «Cheb*».
Por mucho
que
al público le gustase tal
denominación,
él ya no se reconocía
joven.
Sus primeros
pasos los dio sobre
una
carretera de mal extendida grava, concurriendo
al
entorno ciertos curiosos que, de pronto, lo
admiran
y lo acompañan a través de tan escarpado
pavimento.
Ahora, el arrojo ya no era el mismo; el canto
se
acartona si no se desechan los viejos clichés,
la
madurez se abraza o se esquiva, pero ya nunca
abandonará
su forma de sombra, de la propia sombra
adherida
al hueso. ¡Había que dejar de ser «Cheb»!
Mal momento –ya
saliendo
de
estos pensamientos–
para
el paseo en coche por
la
ciudad. Se han vaciado las
calles,
arden neumáticos, gritos
y
amenazas de muerte justo por allí,
escurriéndose
por la esquina.
A determinadas
horas, la gente decide
dispararse.
#2:
Cheb
… y amenazas de
muerte justo por allí, escurriéndose por
la
esquina. A determinadas horas, la gente decide dispararse.
Densos
colmenares, nube de humo oscurece barrios de apartamentos
con
desconchones en sus fachadas. Algún que otro costillar
besa
el escombro boca arriba, bebiendo unas últimas gotas
de
aliento. «¡Es la hora de no bajar!», advierte una
familia
entera
atrincherada en su salón; al niño lo
regañan
por salir a la terraza.
Ya con un pie en
el asfalto y el hogar esperando a unos
pasos,
Cheb recibe un disparo en la frente y tres en el
pecho.
El cuello de la
esposa queda rociado de grosella y el dibujo
ámbar
de sus manos distorsionado por tan excesivo óleo. Aun
con
el paso de las horas, una palma de ella continúa apretada
contra
el pómulo, bañando su olfato en sangre sucia, pólvora.
Aquéllos que la
sacan del coche cargan con ella con el tiento de
quien
transporta una estatua de sal. Extremadamente frágil,
extremadamente
fría. Sus ojos se han convertido en sodio al
ver
caer el magma sobre el relieve amado. ¿Sodoma? Aún
corren
esos tipos por ahí, llamando «puta» a la rígida
mujer
del muerto y pidiendo perdón a Dios por la tosca
estética
del insulto.
#3:
Cheb
… corren esos
tipos por ahí,
llamando
«puta» a la rígida
mujer
del muerto y pidiendo
perdón
a Dios por la tosca estética
del
insulto.
Él pensaba en
despojar su nombre
del
distintivo «Cheb». Ya no se
sentía
joven y, qué carajo, van a
recordarlo
siempre como tal.
Nunca dejará de
ser aquél que se
arrojó
sobre la mal extendida
grava
y, por ser su voz hermosa
e
incisivo su canto, ciertos curiosos lo
acompañaron
en su camino.
* Distintivo en árabe: «el joven…».