A:
VII
TE
ESCUCHÉ
aquella vez en los abarrotados escalones de la Fontana;
sobre
el agua se levantaba una suerte de segundo piso, labrado en vidrio,
y
unas pezuñas como de felino trotaban sobre ese suelo inusitado.
Te
escuché también en un paraje amarillo
y
en los linderos de un campo de labranza;
allí
donde la arquitectura se preserva o se derrumba,
donde
una pieza de alcoba y un ágora de lienzo ramifican su estructura,
allí
te escuché también.
Nunca
cesas de aparecer, aire de otro terreno, aviso de otro espacio posible. Puede
que siempre quieras sugerirme la presencia de esas transparencias vivas que
navegan por el otro lado,
puede
que continúes acentuando la dualidad que ya has abierto en mi cabeza como quien
abre una zanja en un arcén y vela con subsuelo las aguas vírgenes.
Te
vuelvo a escuchar, otra vez. Ahora tienes un aire como de iguana sobre mármol,
después
te parecerás más a algún ave
y
en tu acristalado manglar volverás a aparecerte, a sugerir formas que sí son
tangibles, pero tan sólo para este tímpano que oye lo que el viento no trae, que
vibra con lo que en tierra no retumba.
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