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HAN
DESATADO
a los perros en Serbia.
Se
cuelan por el frío tríptico inflamado, engullen cada uno de sus ángulos;
las
pobres paredes de Sarajevo han roto el agua que fuera del plomo deja de ser
cálida.
Ahora
que los animales deambulan por los parques
y
que los pájaros no parecen sino de brea;
ahora
que nuevas viudas limpian sus pisos sin muebles,
es
posible afirmar que, al amparo de la modernidad, las naciones con la lengua más
corta siguen siendo un pasto posible para Ellos; los siempre militarizados
saqueadores de entrañas. (Mientras tanto, un animal burocrático puede aplastar
a un escorpión y ni siquiera advertir la acción del veneno).
Han
desatado, pues, a los perros en Serbia. Y, mientras Venecia o París sigan seduciendo
con su suave contoneo a los de ultramar, ya podrán sacarse esos perros las
costillas, pues su ruido queda lejos, ahogado en sus apartamentos sin calor, en
sus parques sin voces, en sus ángulos de lloroso carmín.