I
Rajatabla
LA ETERNA viuda no puede relamerse; no tiene lengua.
Bichos mangoneadores de esparto merodean
por la
cocina arcaica, atraídos por la infección
de viejos trapos. El lugar de intramuros
se viene abajo, la cabeza de la vieja
supura la impotencia del crucificado.
Un luto inútil, sepultura en vida, figura
de muerte que aparca la guadaña para
hacer faenas del hogar; luego, por la
tarde, un ratito al umbral de
casa y que las moscas le coman el hocico.
Inflexible.
Fuera, la vida sucede.
La vida es el último de los
fenómenos de masas
por mediatizar. ¡Ay! Hace décadas que
asfaltaron el camino;
han quitado los perales para poner
acacias, un antiguo hombre de campo
suspira… «Con lo que ha sido tal hostal en
mi época y, ahora, ¡míralo!
¡A oscuras todo él!» El presente se cobra
sus víctimas, pero sólo
por voluntad de la gente.
–¡Llevaos una escopeta al cine!
–conversa el panadero a voces–.
¡Que, si dan una de tiros, tendréis que
defenderos!
Mas la eterna viuda no tiene ni una
mísera escopeta. Su país
lo gobierna un Parlament encabezado por el
Crucifixat. Y ese
Crucifixat no dice nada, sólo duele, ¡ay!,
le duele fuerte. Tomen ejemplo las
esposas truncadas, habitantes todas ellas
de esta nación fósil. ¡Ay! Se fosiliza
la viuda muerte, ¡ay!, un fósil duro de
roer.
II
Un cadáver en la entrepierna
Hay que olvidarse del sexo
y así nos olvidaremos también del aborto
y del SIDA
y de que haya pueblos enteros que no
puedan disfrutar del
coito sin fruto consecuente.
The Vatican
Corporation garantiza
toda la tranquilidad del mundo si no nos
dejamos llevar por el
compendio
total de la vida. Tranquilidad…
… y Cardenales… esos pintorescos agentes
de seguros.
Una marcha de tambores ruge sobre ruido
secuenciado
y una sintonía de radio es interpretada
por una sola dulzaina.
Las sevillanas toman el ascensor; ¿en qué
piso queda
la Vatican Corporation? En el treinta y
nueve, señoritas (y olé).
El piso inferior del rascacielos lo ocupa
Sex Inc., la de los patrones
de conducta, la de «si es martes, ni te
cases ni te embarques».
Cuidado con el sexo enfermo, con
emparejarse con individuos
defectuosos;
Sex Inc. te protege de cualquier
abominación sexual. Tranquilidad…
y a disfrutar del Rock & Roll y los
bocadillos orgiásticos.
¡Esperadme, chicas!, grita una sevillana
rezagada según cierra la puerta
de Sex Inc. La muy golfa se ha entretenido
fumando un cigarro,
¡será posible!
Señorita, le ruego no fume dentro del
edificio (el coloso en llamas
no está asegurado contra incendios).
La nación de los gazapos es tan
susceptible de desmoronarse…
Conejitos blancos,
conejitos rojos,
conejitos pardos
y una dulzaina que, sólo con picar una
nota doce veces para dar la hora, se asfixia.
(¡Secuéncienlo! ¡Y también el tambor!
¡Secuéncienlo ya todo!).
III
Poema acabado con la mano izquierda
«Concierto α para tambor, dulzaina y ruido
blanco» fue escrito originalmente en Agosto de 2011.
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