martes, 1 de enero de 2013

Introducción

 

EN CIERTA localidad de los valles abulenses, hay una tradición que tiene lugar todas las noches del Jueves Santo desde quién sabe qué siglo. La costumbre comienza con la celebración de una subasta a beneficio de las arcas de la Parroquia municipal. El hombre –pues sólo ellos pueden participar en la empresa– que ofrezca la cantidad más alta, será obsequiado con un extraño premio, consistente en desempeñar el papel de un Cristo en fuga durante toda la víspera del viernes. Esto quiere decir que se le despoja de sus ropas, se le maniata y se le amarra a la espalda una cruz de madera, por supuesto, de un tamaño y peso menores que las cruces romanas, ya que el deber del hombre no será arrastrar la carga sino llevarla atada sobre el dorso, bien derecha, sin que el palo vertical llegue a tocar el suelo. De esta forma, asistiremos a una suerte de crucifixión itinerante. Mientras este singular Cristo vaga por las pronunciadas cuestas del pueblo hasta el amanecer, sus paisanos salen a recibirle armados con estacas en llamas y objetos arrojadizos tales como huevos, tomates, cogollos de verduras o botellas. En todos los casos, la única solución para defenderse de los impactos es correr en la medida que el peso de la cruz lo permita. Ciertamente, resulta muy llamativo observar escenas de esta índole, tan primitivas, en un paisaje caracterizado por el alumbrado eléctrico, los suelos alquitranados y las hileras de coches aparcados con dos ruedas sobre la acera.

Con la llegada del alba, no es difícil imaginar en qué estado se encuentra nuestro magullado Jesús. Lo más común es que sufra una lipotimia o cualquier otro síntoma relacionado con la deshidratación y el agotamiento, así como lesiones musculares y cortes. La legislación popular, muy severa a este respecto, sanciona a todo vecino que intente socorrer al portador de la cruz, ya sea dándole agua o comida, vendándole alguna herida o ayudándole a incorporarse en caso de caída. El infractor deberá abonar una cantidad simbólica a las arcas parroquiales.

 

Cabe la posibilidad de que el lector intente relacionar el sentido del presente texto con los propósitos de este recién creado blog. Tal vez trate de rastrear metáforas implícitas en el relato o causas que me hayan empujado a utilizarlo como presentación de «Danza de rueda». O quizás termine de leer la presente entrada sin intención de arrebañar el plato hasta dejarlo desconcertantemente limpio. En cualquier caso, mi deseo no es otro que presentar esta página como un lugar donde ofrecer pequeñas muestras de mi faceta literaria. Dado que, por ahora, estoy más centrado en la composición musical que en la escritura, permanecen mis textos aparcados –que no olvidados– en mi domicilio. Mientras me mantengo atento a las oportunidades de gestionar como es debido mis incursiones en prosa y poesía, así como de completar las obras inacabadas, he creado el blog con la intención de darme a conocer en estas vertientes.

Tras publicar algún que otro poema en «Virgen Ciega y Cia.», he acabado por advertir lo poco oportuno que resulta mezclar diminutas dosis de faceta literaria con temas siempre relacionados con la música, de manera que, a partir de ahora, ambos asuntos dispondrán de su propio espacio separado. Seré sincero; me temo que no puedo prometer regularidad y cantidad en lo que a nuevas entregas de «Danza de rueda» se refiere. En compensación, intentaré ofrecer calidad, esmero y, en caso de faltar estos últimos, cuanta provocación y agitación me sea posible.

 

Apreciado lector, bienvenido a «Danza de rueda».