viernes, 21 de marzo de 2014

Suite «del cadalso» para ensemble de cuerda, viento madera y partes del cuerpo percutidas.

 

 

Ж:

 

 

 

La mujer se llama Lorena o tal cosa me ha parecido escuchar. Divísola yaciente en un balcón contiguo, retorciéndose en una cama de vidrio, besando un objeto acarminado, orgánico… Bien pudiera ser una placenta o bien formar parte del atrezo de un filme doliente. Desde el fondo de la gran avenida, emerge el sonido de la sinfonieta de clarinetes… 97 ó 98 instrumentos constituyendo al unísono un colchón procesional, con la letanía de los parroquianos próximos y alaridos de un gentío adyacente. Ellas están ahí. Son ciento y la madre luciendo su cuerpo pintado de consignas, salpicaduras de aorta. Ruegan por la vida de Laura o Lorena o Lana… la mujer de aquí al lado, revolviéndose en el pavimento punzante… Ruegan no por que sobreviva, si no por que pueda formar parte, con salud y sentimiento, del desmoronamiento del régimen.

 

 

 

 

HAN CONSTREÑIDO el aborto con demasiada prisa

–el aborto clínico, digo.

En cada portal y en cada isleta de asfalto, la metrópolis se ha quedado sin sangre que escupir. Algunos legisladores sienten una total indiferencia hacia la vida. Tan sólo quieren restringir:

el plástico en el sexo…

…la materia no biológica…

…el artificio acertado y necesario para el goce de los individuos. Tan ajenos somos ya a nuestra condición de seres de floresta; tan distantes de la no libertad de las aves, que vuelan por las estrechas celdas del frío y del calor.

Quiero –se dice «quiero» en multitud– una marca de mi mano en vuestros bastimentos y que los encargados no logren limpiar las señales de los dedos en el cristal.

Quiero –siempre construyendo una boca tan colectiva que el individuo siente miedo–, quiero enseñaros mis muslos cáusticos, fabricados en algún arrabal con la misma sustancia poemaria que pretendéis engullir.

 

Es cierto…

…la muerte no es un sentimiento liviano, placentero… Pero no es tal el asunto de la prohibición. Todo lo que se materializa más allá del muro corporativo ha de volver a la primitiva fase de raíz, presa sin remedio del árbol hueco. El estado natural es deplorable pero, con tal de que las torres continúen tan brillantes como siempre, los aristócratas son capaces de cosificar a toda una cultura. Porque sólo hay cosas en la floresta antigua.

Quiero –y los objetos no dicen «quiero»– que la porquería quede reflejada en las paredes, en los lechos de rojo irisado, en las verticales sin rumbo y sin persona;

quiero –y he aquí el linchamiento de otra hueca ideología– una exhibición al aire, sin museo ni corredores, de la piel y los miembros auto esculpidos; del instrumental que al mismo tiempo funciona como arte, como tratado y como lengua. Quiero que las marcas de los dedos y de las costillas y de los cuerpos enteros no se desinfecten nunca, y anhelo también que tales señales alcancen las paredes de los plenos para estrangular en sórdido lienzo a los feudos, a los repúblicos, a los subsecretarios de tan episcopal violencia.

 

 

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